Perdido en medio de la nada (acordado)

No sabía muy bien el porqué ni el cómo, solo sabía que se encontraba en medio de un mar de arena.

-Muy bien-dijo entre bufidos- ya es hora de que alguien me explique porqué la dirección que me han dado no es correcta.

Miró al cielo azul que se desplegaba encima de él y avistó un águila planeando unos kilómetros al Sur.

Estoy rodeado de nada y el único ser vivo más próximo, es aquel ave que se divisa próximo al horizonte-pensó.

Desplegó las alas y se dispuso a volar rumbo Sur, con la intención de atrapar al águila y dirigirse de nuevo a la civilización.

Algo le sorprendió cuando, tras un largo trayecto, percibió que el águila había desaparecido. ¿Era posible que no fuera más que un espejismo?

Tomó tierra de nuevo y se sentó sobre la cálida arena, la cual se entrelazó entre los dedos de sus pies. Tras un largo rato, se dispuso a andar de nuevo, esta vez vio algo que no había visto antes, civilización. O almenos eso creía.

Voló hacia el lugar, cada vez más grande al aproximarse. Era un castillo de piedra caliza, de tonos entre rosados y anaranjados. Tenía un gran campanario, en el que lucía una enorme campana de bronce. Unos balcones daban al patio interior, el cual presumía de tener agua potable.

-Esto no me lo esperaba, un gran visir me podrá ayudar en mi búsqueda, o tal vez era mi cliente-dijo con tono alegre a la vez que buscaba una puerta por la que entrar a aquel gran edificio sin alertar a los guardias.

Se presentó ante los guardas y éstos lo echaron atrás, pidiéndole autentificación.

-Per-fec-to- canturreé, alegre. Al fin había alcanzado las murallas del castillo que iba a saquear, o como poco, librar del enorme peso que eran las riquezas que contenía. Necesitaba víveres con urgencia, puesto que hacía varios días que había vagado por el desierto. En la puerta, había guardias vigilando. Y una tercera figura que me era conocida. Ooroboros. Y parecía que tenía problemas para entrar. Así pues, decidí probar una estrategia que aún me hallaba puliendo.

Pero como mi maestro y mis compañeros decían, podría tener posibilidades de éxito. Porque, como también añadían tras afirmar lo primero, tenía todo bien puesto y en cantidades generosas.

-Vaya...- agravé el tono de mi voz, forzándolo para hacerlo más suave, haciendo que las tres cabezas se giraran en mi dirección-Al fin encuentro un castillo interesante...- comenté, mirando a uno de los guardias desde mis espesas pestañas, mordiéndome el labio, a la par que una traviesa sonrisa me adornaba el rostro. El hombre tragó saliva, y noté con diversión cómo me analizaba de arriba a bajo.

-I-i-identificación, po-por favor, señorita...- tartamudeó mi víctima, cuyo rostro se estaba volviendo de un tono alarmantemente rojo.
El segundo había bajado el arma, y su mirada recorría el mismo camino que la de su compañero.

-Vengo con mi hermano a hablar con el amo del castillo- miré con una sonrisa a Ooroboros, que no entendía nada de lo que pasaba. Pero tampoco me interrumpió, así que supuse que contaba con su aprobación, o como poco, con su asombro. Reí de nuevo, caminando lentamente hasta colocarme ante el otro guarda, cerciorándome que ambos hombres me miraban de aquella forma tan divertida para mí. Eran tan simples...

-Pero parece que no puede ser, porque dos soldados,que cumpliendo con su trabajo de una forma encomiable, tienen que impedir que cualquiera que sea desconocido entre en el castillo...- jadeé, desilusionada, haciendo un mohín con los labios, apartando la mirada de ambos para dirigirla al suelo, fingiendo una convincente decepción. Comencé a darme la vuelta, agarré con suavidad -para no incomodarle con mi roce, aún no me había recuperado del trauma de la otra vez- el brazo de Ooroboros.

-Vamonos, hermanito...- volví a gemir, disgustada. Arrastré al muchacho junto a mí, apoyando la cabeza en su brazo, intentando contener la risa-Tres...dos..uno...

-¡E-esperad, señorita!- a la temerosa orden del soldado, detuve mi avance, y sonreí -Cr-creo que por unos hermanos tan unidos po-podríamos hacer una excepción, no pa-pareceis tramar nada contra la fortaleza

Dejándonos pasar al interior, arrastré a Ooroboros conmigo, sin dejar de sonreír.

-¡Muchas gracias! Sois muy amables...- besé las mejillas de ambos hombres, que se sonrojaron hasta la punta de las orejas y comenzaron a tartamudear que no había de qué.

Una vez dentro, con las puertas exteriores cerradas, me aparté de Ooroboros y le dediqué mi más radiante sonrisa.

-Me alegra volver a verte, Ooro.

Tras todo el ajetreo, paró un momento para recapacitar sobre lo sucedido. Había aparecido Kath de la nada y, lo más importante, acababa de infiltrarse con él dentro del castillo al que le impedían reiteradamente el paso. Todo era un tanto extraño, no entendía del todo como lo había conseguido, lo que si percibió es que los había drogado, aunque no había presenciado el paso de tal sustancia hacia los palplantados hombres que guardaban la puerta como un dragón guarda un tesoro.

Otra cuestión que le rondaba por la cabeza es el porqué siempre que Kath aparecía, acababa agarrándole el brazo, sea consciente o inconscientemente. El caso es que ya no le molestaba tanto ese roce, al menos no le daba tanta importancia.

-Hermanos, ¿eh? Buen truco, se lo han tragado. Aunque, ya me dirás como los has drogado. Quiero saber como los has dejado embobados-dijo con tono acelerado, sin dejar espacio entre palabra y palabra.

Se tomó un descanso para respirar y

-Yo también me alegro de volver a verte, la verdad es que echaba de menos no estar con alguien conocido-mintió entre dientes.

-Bueno, y ahora, ¿adónde nos dirijimos?

señaló diferentes puertas, cada una distinta a la anterior. La primera, era de madera y estaba un tanto dejada, probablemente al abrirla, gruñiría. La segunda, era una puerta metálica, aunque se encontraba un tanto abollada, parecía resistente a cualquier golpe y difícil de forzar.
La tercera y última puerta se encontraba al otro lado del patio, justo detrás de la fuente de agua. Ésta útima parecía estar pintada y no podía asegurarse con totalidad el material del que estaba hecha.

Mis ojos se abrieron en desmedida. Aquél muchacho era tan inocentón en según qué cosas que me moría de ganas por reírme a carcajada limpia.

-¿Drogas? No monada, a eso se le llama escote y- pestañeé numerosas veces, casi abanicándole con tan veloz movimiento, mientras me reía suavemente -Mojigatería. Esos hace demasiado que no ven a una mujer y mucho menos han yacido en el lecho de ninguna desde hace demasiado, porque con lo torpe que soy en esto de "seducir"... No soy precisamente un bellezón, y menos con estos horribles rizos y este pelo negro tan feo. ¡Y pensar que yo tenía el pelo rubio y liso...!-

Me encogí de hombros, sin saber qué más decirle.

-Bueno, "hermanito", siempre coincidimos en las circunstancias más sórdidas- apunté pensativa -Pero yo estoy aquí por trabajo, el dueño de este castillo mandó a unos matones a robarme algo que yo había adquirido honradamente y he venido a recuperarlo.

No le dije que aquello que me habían quitado lo había hurtado yo con anterioridad. Pero era una joya valiosa y Azhian, mi amo y maestro, me iba a dar una buena recompensa si se la llevaba. Una cálida y agradable recompensa.

Después de sacudir la cabeza para apartar los impuros pensamientos que me habían venido en mente al recordarle, miré las tres puertas.

-Tal vez deberíamos esperar a que pasara algún criado...- olisqueé el aire, que llevaba un delicioso aroma a comida guisada. Ese olor serpenteó y se introdujo sin permiso en mi nariz, deleitándome. Hacía tantos días que no comía de verdad...

El olor venía de la tercera puerta.

-Si, como yo, tienes un hambre que podrías devorar un elefante, por la última puerta viene un olorcillo a ternera guisada que alimenta solo de pensar en ella

Miró a Kath, la cual parecía estar muy dispuesta a avanzar sin él si tardaba en reaccionar ante la pregunta que le había formulado.

-La verdad es que llevo un poco de comida en los bolsillos. Aunque, bien pensado, atracarnos de comer con un buen festín no es mala idea-añadió mientras se le hacía la boca agua.

Sus pies se movían involuntariamente hacia aquella puerta, su estómago había dado la orden de avanzar hacia el lugar del que provenía aquella fragancia sin informar al cerebro de la acción evasiva que estaba a punto de crearse.

-Espero que no nos vea nadie. También espero con ganas que no haya puré de cactus, lo detesto.-dijo con una mueca en la cara

Hizo una señal a Kath para que se acercara a su posición.

-Oye, ¿tú sabes como podríamos deshacernos del cocinero en caso de que nos descubra con las manos sobre la comida?-preguntó sin mucha idea de qué hacer en tal caso.

Giró la maneta de la puerta con sigilo y miró a través de la rendija. No parecía haber nadie allí salvo una mesa de mármol, cubierta con un mantel de color púrpura, en el cual estaba servida la comida para 12 o más personas. Entró en la sala y se dirigió a la mesa. Allí empezó a degustar el menú del día. Al cabo de unos segundos recordó que iba acompañado e invitó a su "hermanita" a hacerle compañía.

-Esto es demasiado para mí, supongo que si fueramos dos, podríamos dar abasto a muchos más platos, ¿qué me dices? -dijo mientras mordisqueaba un ala de pollo.


Arrancó otra ala del pollo que yacía en la mesa y se la ofreció en un gesto amistoso.

-Creo que no soy el único que tiene hambre- añadió.

Miró a Kath y esbozó una sonrisa tímida.

-Siempre puedo intentar "drogar" al cocinero si aparece- me burlé, mientras tomaba el ala de pollo que me acercaba Ooroboros. La mordisqueé con suavidad, ocultando la feroz hambre que me corroía a duras penas. Me acerqué a los platos y tomé unos pocos tomates, los aliñé, reuní unas cuantas piezas más de comida y las repartí en dos platos, acercándole uno a mi acompañante.

-Llevémonos esto a otra parte, antes de que nos pillen. Y mejor que le caiga la bronca a un criado a que caiga nuestra cabeza rodando por el suelo- indiqué, señalando un rincón encubierto por la penumbra, donde cabríamos los dos perfectamente y podríamos devorar la comida sin ser vistos por los comensales que probablemente entrarían en la sala. Anduve delante de Ooroboros, pero esta vez sin agarrarlo. Me molestaba no poder hacerlo, pero me aguanté las ganas, por respeto.

Si una cosa me había caracterizado siempre, era que sabía apreciar y respetar a los seres que se lo merecían, y Ooroboros era uno de ellos.

Me senté en el suelo, en una posición descocada, pero increíblemente cómoda, y tras varios días de viaje, mis piernas y espalda lo agradecieron, cosa que mis labios transmitieron como un jadeo placentero. Después, escudriñando desde la poca luz de la que disponía en aquél rincón oscuro, comenté, con alegría.

-Para pasar desapercibidos, podríamos tomar prestados algunos uniformes del servicio. Yo "drogando" a algún muchachito y tu "drogando" a una inocente señorita. No se si me explico- me carcajeé interiormente de mi afirmación. Era ridícula, pero podía funcionar.

-¿Nunca te han dicho que eres muy mono, Ooro? Y no solo por actitud, me refiero a físicamente- mi comentario iba con cierta malicia. Porque, visto lo anteriormente sucedido, el muchacho podría brindarme una muy curiosa reacción. Me divertiría, seguro.

Agradeció de muy buen parecer el gesto de la elfa. Pensaba comer directamente de los platos que tenía justo delante, pero llevarse la comida a otra parte parecía tener más sentido si lo que querían era pasar desapercibidos.

Estando ambos devorando la comida, en aquel lugar apartado, Kath sugirió tomar prestados uniformes del servicio. Pensaba que nunca se lo propondría, pues era la mejor manera de infiltrarse en cualquier lugar. Aunque no sabía nunca como despojar a alguien de sus ropajes sin tener que atarlo o atizarle.

-No entiendo que es lo que quieres decir con drogar a una señorita. ¿No podría drogar yo al hombre? es que no he tratado mucho con chicas, bueno realmente no he tratado con personas propiamente dichas.

La siguiente pregunta hizo que se enorjeciera de una manera inusual. No sabía el porqué pero nunca había sabido reaccionar ante los halagos, así que lo hizo fue agachar la cabeza como un perro sumiso.

-Bu-bueno... vamos a por esos uniformes-exclamó con una mezcla de rabia y agonía-, aunque, ahora que lo pienso, no sé dónde ir a conseguir tales vestimentas.

Se echó la mano metálica a la cabeza y sonrió de manera forzada.

Miré con sorpresa, preocupación y cariño el brazo del muchacho. ¿Qué le habría pasado?

Pero prescindí de preguntar. Me reservaría mi inquisitiva curiosidad para cuando Ooroboros me tuviera más confianza. A parte, su vergüenza ante mi halago, y, por qué no admitirlo, pequeño flirteo me había alegrado. Era, realmente, una monada.

-Mira Ooro, esta vez intentaremos prescindir de la violencia, para no llamar la atención, así que escúchame. Para "drogar" a una muchacha, o lo que vulgarmente llamamos ligar o seducir e incluso flirtear, solo tienes que, en tu caso enseñar "palmito"- hice un gesto de comillas con los dedos, para reforzar mi coloquial expresión -osea, que te desabroches más la camisa y luzcas, que tienes buen cuerpo, cielo. Luego, con tu más encantadora sonrisa, entabla conversación con una chica que tenga un uniforme lo suficientemente grande para que quepa yo dentro- me burlé, señalando mi pecho y mis caderas, a parte de mis fornidas piernas - Simplemente agrádale, conquístala, con sonrisas y piropos. No te sonrojes si te hace uno, o perderás virilidad ante sus ojos. Y cuando consigas que se desprenda de su ropa...Se la confiscas y me la traes aquí.Y yo haré lo propio buscando a un muchacho de tu misma constitución, aunque teniendo en cuenta lo delgado que eres, no me costará mucho.

Avancé por un pasillo, encontrando a diversas "víctimas".
-Elige, amigo mío- señalé a cuatro muchachas que caminaban por el pasillo y que podían compartir mi talla de ropa. El resto no me servían. Yo, en cambio, tenía un buen elenco en el que elegir -¿La morena, las dos rubias o la pelirroja?

Antes de ir en pos de mis objetivos, guiñándole un ojo a Ooroboros antes de partir, me burlé, amistosamente:

-¡A por ellas, tigre!

Entendía lo que le decía Katherine, pero no acaba de comprender el porqué debía desabrocharse más la camisa, pues ya llevaba solo 2 botones abrochados de los 5 que podía contener una camisa corta como la suya. Se desabrochó los botones que aún unían los trozos de tela y separó el tejido de la abertura, dejando al descubierto el torso.

-Bueno, me decanto más por la pelirroja pero... ¿y, si me pilla?

Katherine pareció no escucharle, pues ya estaba en dirección contraria cuando quiso darse cuenta, así que no tuvo más opción que seguir con lo planeado. No sonrojarme, se repetía para sus adentros.

Cuando hubo llegado ante la chica pelirroja, esvelta, ojos claros. No supo qué decir. Balbuceó algo, pero disimuló simulando un carraspeo.

-¿Qué tal?-dijo intentando sonar convincente, mientras temblaba como un flan, el cual estaba en un plato al que le daban vueltas.

-Bueno, tomándome un descanso, y alegrándome la vista ahora que has aparecido.

Ooro no captaba las indirectas, así que no entendió como la vista se podía alegrar, pero siguió manteniendo las apariencias.

-Bueno, yo estaba pensando que... a lo mejor, una chica tan guapa como tú...-prosiguió sin mucha idea.

-No te andas con chiquitas, ¿eh? Ven, te enseñaré algo que no se aprende en los libros

El asombro de Ooroboros cada vez era mayor, no entendía nada de lo que estaba sucediendo, ni siquiera entendía que estaba diciendo la chica, pero sí entendió que la chica estaba drogada pues, acababa de juntar sus labios e intentado, no con mucho éxito, meter la lengua dentro de la boca de éste. Acto seguido, le agarró de la camisa y le arrastró hasta una sala contigua. La pieza era un dormitorio. Contenía un armario empotrado de puertas correderas, mesitas de noche, una lámpara de cristal sobre la cama y ésta de estilo victoriano. La pelirroja se acomodó en el colchón y empezó a desvestirse poco a poco, Ooroboros no sabía qué debía hacer, pero sabía que no podía ir en busca de Kath, pues sería muy sospechoso.

Eran seres realmente hermosos, los de las tierras del futuro. O, en todo caso, exóticos. Aunque acostumbrada a mis compinches, tuve que admitir que mis amigos no se quedaban a la zaga. Y parecían tener mucha más personalidad que los muchachos que me hallaba espiando. Cuando iba a arrepentirme por lo que me proponía hacer, dar media vuelta y, probablemente, tener que rescatar al inocente Ooroboros de las manos de una muchacha que sería mil veces más pícara que él, noté una mano en mi hombro.

Me giré, alarmada, puesto que el ser descubierta no entraba en mis planes. Y me quedé boquiabierta.

"¡Es guapísimo!" pensé, notando cómo mi mandíbula se abría, cayendo por la sopresa o el susto. No supe distinguir.

-Eres nueva, ¿no?Sí, claro, habríamos coincidido antes, no me olvidaría de una cara como la tuya...- preguntó, con una voz grave.

Lo miré de arriba a bajo. Siempre me habían gustado las voces graves, que contrastaban con las de mis parientes elfos. Pero su comentario me ofendió. ¿Se estaría refiriendo a mis pecas? Porque como fuera eso...

-Sí, soy nueva de hace poco- contesté, con una suave sonrisa, ocultando mi enfado -Estoy buscando el uniforme para mi hermano, el mío esta en la lavadora...

-¿Eres la hermana de Osgoth?- inquirió, con una torcida sonrisa.

No me gustaba nada esa mueca. Solo se la había visto a un hombre, y esa misma noche...

-Te equivocas, soy la hermana de Ildios- le corregí, con una mueca aún más traviesa que la que había esbozado con anterioridad. Su brazo se posó contra la pared, extremadamente cerca de mi cuello. Se acercó a mi y rió a pocos centímetros de mi oreja. Me entró un escalofrío. Se parecía demasiado a...

-Muy bien, señorita hermana de Ildios, vaya al pasillo al fondo, a la izquierda, abra el tercer cajón y consiga un uniforme para su hermano- me indicó.

Había notado la mentira y aún así...

Sonreí ladinamente y obedecí, vigilada por su mirada escrutadora.

-Gracias por la ayuda...- con una alegre reverencia, me encaminé con el trofeo al punto de reunión.

-No querría esperar demasiado, si no vuelvo al puesto de trabajo de inmediato, me caerá una buena.

Ooroboros se acercó a la chica y obserbó que no llevaba sostén, apartó la mirada con disimulo, aunque miraba de vez en cuando, de soslayo, pues la curiosidad podía con él.

-No tienes porqué preocuparte, son todas para tí. Yo dejo que las manosees cuanto quieras, siempre y cuando me des una pequeña suma por dejarte hacerlo.

No tardó demasiado en poner en práctica su dicho y agarró la mano del bioángel. Éste intentaba resistirse, aunque no quería parecer demasiado sospechoso, así que le dejó hacer. Palpó por primera vez un pecho. Estaba blando y el tacto era más suave de lo que podía imaginar. Una sensación de gozo recorrió su cuerpo. Deseaba seguir tocando, pero entonces ella le paró.

-¿Me vas a pagar o necesitas más? Bueno, en realidad no lo hago por dinero, pero, ya sabes, no trabajo de chacha por gusto.
Retiró la mano del muchacho, con un poco de maldad.

-Veo que no eres muy hablador, pero tal vez, quieres que vayamos directos a la acción. ¡Haberlo dicho, no me como a nadie!

Ooroboros dudaba seriamente de aquella afirmación, pensaba que en un momento u otro la chica atractiva que tenía justo delante se transformaría en algún tipo de monstruo dispuesto a comerle. Al menos así, tendría motivos para coger la ropa que ella acababa de dejar a los pies de la cama y salir corriendo.

Lo que vino a continuación le cogió por sorpresa. Le acaba de meter la mano por el pantalón. No supo qué hacer, pero se sentía incómodo y a la vez le agradaba. Acabó con los pantalones tapándole los pies en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, la pelirroja lamió gustosamente el sexo del ángel, el cual soltó un gemido mezclado entre placer y pecado.

-No debería...-dijo intentando resistirse ante aquel "ataque"

-Vamos, suéltate, aquí estamos para eso. Desestrésate. A ver si consigo que te desates un poco pequeñín. ¿Sabes que estás muy bien dotado? ¿Quién te ha dado este...?

-Supongo que Dios me otorgó con esa extremidad-añadió tajante.

Aunque él no sabía que tenía algo así, era la primera vez que se veía excitado, aunque tampoco sabía lo que s¡gnificaba tal palabra, así que para Ooroboros, era la primera vez que se veía drogado.

-Pues ha sido muy generoso por su parte.

Empezaba a impacientarme. Ooroboros no aparecía. ¿Qué rayos estaría haciendo?

-Dichoso bioángel...- mascullé entre dientes, nerviosa. El plan podía irse al garete si el tipo de antes decidía chivarse. Y ese era un riesgo que no pensaba correr. Iba a buscarle, pero no sabía dónde.

-Apostaría mi ropa interior a que la pelirroja se lo ha llevado. Y como este chaval es mas bien cortito, fijo que no sabrá escabullirse...- me quejé, pateando al aire.

-¿Pelirroja? Entonces está en las zarpas de Ilse- comentó de nuevo la voz grave que hacía unos instantes había oído de los labios del hombre. Se aclaró la garganta y llamó, con rotundidad -Ilse, soy Reginald, sal inmediatamente estés donde estés, es hora de trabajar- ordenó, mientras su zarpa se posaba en mi hombro. Lo aparté, con repulsión.

-Ni me toques- me aparté, viendo como la mujer pelirroja se tapaba con un extraño atuendo y corría a cumplir con su deber.

-De nada- indicó, como esperando un premio, el tal Reginald.

-¿Ooroboros? ¿Estás ahí?- pregunté a la habitación, preocupada y a la vez, divertida. Además de incómoda, puesto que mi benefactor no dejaba de escrutarme -¿Dónde estas?...

La chica con la que había estado recibió un aviso y salió corriendo, sin más. Ni siquiera se detuvo a pensar que estaba prácticamente desnuda.

-¿Ilse, te llamas así?

No recibió respuesta alguna.

Escuchó una voz conocida que provenía de fuera de la habitación. Era Kath, estaba seguro de que era ella, pues nadie más sabía que estaba allí.

-Un momento. Espero que no te hayas enfadado por la tardanza, pero tengo lo que necesitabas, un atuendo nuevo.-le explicó a través de la pared mientras se vestía.

-Puedes entrar, yo vigilaré mientras te cambias desde fuera.-añadió

Lo miré de arriba a bajo, sonriente.

-¿Qué ha pasado aquí, te ha atacado una fiera o qué?- pregunté, mientras me vestía -Vigila el tipo que hay a fuera. Me da mala espina...

Mientras Ooroboros vigilaba, me enfundé en aquél vestido de sirvienta. Era mono. Luego, le dí el traje a Ooroboros, con una sonrisa relajada pintada en los labios. Entonces, me percaté del collar en forma de cascabel.

Iba a llamar mucho la atención si lo llevaba puesto, iba a sonar a cada paso que diera, pues ahora no se hallaba sujeto por nada. Lo agarré con fuerza y lo arranqué de mi cuello.
Entonces, reparé en mi gesto, cuando ya tenía el delicado collar destrozado entre mis manos. Y empecé a temblar. ¿Qué había hecho?

Tiré la joya rota contra la pared, completamente desorientada. Temerosa. Peor que si me hallara desnuda. Más fría que cuando casi me ahogué en la playa junto a Dellios. Desprotegida, como cuando aquellos kóbolds me hirieron en el brazo.

Sin la protección de Azhian. Sola.

-¿Estas listo? Vamos. Yo iré a buscar la joya a las salas de la parte superior, que suelen ser las habitaciones de lords y damas. Tu ve a cumplir con lo que sea que hayas venido a hacer aquí. Estos uniformes nos cubrirán hasta que alguien los eche en falta- aparecí por la puerta, ya cambiada. Daba el pego, parecía una chacha. Dí un fuerte abrazo a mi compañero. Aunque la que necesitaba ese gesto era yo.

-Ve con mucho cuidado, amigo mío- dicho eso, corrí escaleras arriba, empujada por la marea de criados que se arremolinaban por los pasillos.

Se vistió tan rápido como pudo, aunque no entendió del todo el porqué de esa sonrisa burlesca de Kath al entregarle la ropa. Y el comentario sobraba, él sabía que ella conocía sino todos, la mayoría de detalles que uno podía imaginar sobre lo que había pasado hacía escasos minutos.

Kath se despidió con un abrazo, cosa aún más embarazosa que el cogerle del brazo, aunque se estaba acostumbrando poco a poco al roce con la gente mundana.

-Yo me dirijo a la sala del trono, así que, supongo que subiré las escaleras contigo, aunque ahora que lo pienso, debería preguntar a alguno de éstos por donde se llega.

Su rostro se tornó serio, no quería pensar en nada más que en lo que había venido a hacer y dejarse de tonterías como lo de conseguir hacerse pasar por sirviente.

Se dirigió a Reginald y le preguntó por la sala en la que se encontraba su majestad, éste se echó a reir, aunque le señaló la puerta de la derecha. Justo al subir las escaleras. Decidido, se dirigió hacia allí.

-Hasta luego Kath-abrazó a la elfa con gusto, sin apretar demasiado y sin parecer demasiado hostil- nos reencontraremos aquí si no nos vemos antes de una hora ¿de acuerdo?

¿Me había abrazado? ¿Ooroboros?

¿Sería una señal del fin del mundo?

Decidí no darle más vueltas, y comencé a investigar. Abrí una por una las salas que conformaban aquél estrecho pasillo. Registré cajones, armarios, camas y sábanas, procurando dejarlo todo como lo había encontrado.

-¿Dónde estará ese dichoso zafiro...?- me hallaba protestando eso cuando recordé la ubicación de la joya. ¡En el dedo de ese capullo de Reginald!

"Mierda...Estamos perdidos, perdidos, ¡ese tío era el amo del castillo! Tengo que encontrar a Ooroboros y salir corriendo de aquí..." mi mente iba más rápida de lo que podía yo razonar, y se me aceleró tanto el pulso que no tuve más remedio que sentarme -tras una columna, para no ser vista- para lograr calmarme.

Luego, con la cabeza más fría, medité, con gran acierto según mi parecer.

-Entonces...¿por qué no nos ha echado la guardia encima?- me pregunté, con cierto asombro y, para qué negarlo, sorna. No sería que...

"De todas maneras, debo avisar a Ooroboros"

Entró por la puerta que grácilmente señaló aquel personaje tan peculiar entre risotadas. Lo único que encontró al atravesarla, fue una habitación totalmente a oscuras. Se giró para salir de allí, pero la puerta se había cerrado completamente, era imposible abrirla, así que decidió escudriñar la oscuridad en busca de algún interruptor, con suerte encontraría un candil con el que iluminar el camino. Hubo una pausa de unos minutos hasta que algo se escuchó en la oscura sala.

-¿Quién anda ahí?-gritó

Nadie respondió, solo pudo intuir que alguien o algo se acercaba hacia él y no podía esquivarlo, pues no podía verlo a pesar de que los ojos se le habían acomodado a la oscuridad.

-Ahora eres todo mío-dijo una voz junto a su oreja.

Alguien tanteó su pelo y resiguió su torso con dedos tan suaves como la seda. Intentó parar aquella mano que ostentaba llegar a bajarle los pantalones, pues sabía que no era otra, sino Ilse quién se escondía en la penumbra. Se sorprendió cuando, no solo no se detuvo la mano que atrapó, sino que continuaron dos más su recorrido. Aquello no iba bien y él lo sabía. No pudo evitar pensar en cosas impuras que hasta entonces ni se le habían ocurrido, pues no las había experimentado.

-¡Basta!-exclamó con furia, a la vez que se apartó de aquella manos perturbadoras. No pienso caer en vuestra trampa, es más, pienso irme de aquí, pero por favor no me torturéis.

-¿Qué hago que hago que hago que hago?- comenzaba a ponerme nerviosa. ¿Iba a fallar por primera vez en una misión?

"¡No!" me negué rotundamente a aceptar tal despropósito. "Pero...Debo avisar a Ooroboros..." me interrumpí, intentando centrarme, pensar cualquier otra solución que no fuera la única que había acudido a mi mente.

"No, no, no, no, no ,no, ni de coña por los dioses, si alguno de vosotros, malditos entes bastardos existís, ¡dadme una idea mejor que esta!

Comencé a bajar los escalones a toda prisa. Revisé de nuevo todas las habitaciones, hasta que encontré una lo suficientemente estrambótica para no pertenecer a nadie más que no fuera quien ostentaba el poder en aquél lugar.

Estaba en ese joyero. Tenía que estar ahí. Al cerrarse la puerta tras de mí, ordené, sin mirar atrás. Ese olor...

-Devuélveme el anillo. Ahora- ordené, sin esperar ningún tipo de contestación.

Alguien gritó en algún lugar de la mansión , aunque lejana, pudo escuchar aquella vocecilla como si estuviera junto a él.

La luz se encendió y puso al descubierto las personas que intimidaban al pobre Ooroboros. Eran un hombre y una mujer. El primero, fornido y grande como un armario, la segunda, era Ilse.

-¿Qué queréis de mí?-dijo tembloroso dirigiéndose a quienes le acosaban.

Se vistió aprisa, dejando los pantalones desnivelados.

-Sólo queremos tu cuerpo para nuestro deleite-explicó el hombre que había perdido más de una noche en el gimnasio.

-¡Eso!-añadió Ilse-este de aquí es el maricón que más gente ha violado en todo este desierto-dijo al señalar al hombre que estaba a su lado

Ooroboros sintió una gran repugnancia ante ese hombre, pero por otro lado quería saber qué era lo que tenía pensado Ilse hacer con él. Al fin y al cabo, sentia curiosidad por el placer que le había hecho sentir en la otra sala. Incluso se preguntaba si podría llegar a obtener más placer que en esos instantes.

Inmerso en sus pensamientos estaba, cuando el suelo se abrío bajo éste. Empezó a caer junto a los azulejos cuando vio que en la cámara a la que fatídicamente se dirigía, se encontraba Katherine.

-Aparta-exclamó antes de impactar contra el piso inferior.

-¡Joder!- gemí, dolorida -¿Porqué cojones...?- me aparté el cuerpo que había caído sobre mí con ira, recuperando la ventaja y colocando una daga en el cuello del cuerpo agresor. Entonces, vi a Ooroboros.

-¿Qué rayos...? ¿Qué haces aquí, Ooro?- aparté la daga, cuando me quedé observando la extraña expresión del que consideraba si más no, mi único amigo allí, para luego fijarme en los otros dos que habían entrado. Ella... Ella era la pelirroja de antes. Pero...¿él?

Noté un escalofrío. La cosa se había puesto muy fea. Me incorporé, limpié el polvo del vestido de la tal Ilse y me desprendí de él, con una mueca burlona.

-Gracias por prestarmelo, pero no me acaba de ir bien, ¡no me cabe el pecho!- se lo lancé a la cara, cogí a Ooroboros de la mano y empecé a correr hasta la salida. No pensaba quedarme esperando a ver qué iba a ocurrir.

Algo le rozó la garganta aún cuando estaba atontado por el golpe que le había proporcionado la caída. Segundos después, vio a una Katherine sorprendida, la cual le preguntó el porqué estaba él allí. Ésta se giró y advirtió a los otros acompañantes. Kath se desvistió, aunque Ooroboros no sabía muy bien el porqué y luego lo agarró por el brazo. Salieron por patas.

En la carrera, el bioángel se preguntaba el porqué de esa huída tan desprevenida, aunque la agradecía debido a su miedo hacia el hombre.

-No sabría como agradecértelo Kath. Pero en cierta parte querría maldecirte, estoy algo confuso-dijo mientras corría por el pasillo junto a Kath.

Se detuvo un instante y dejó que su amiga avanzara sin él. Miró atrás y vio que no hacía falta huir, pues se alejaban, pero no les perseguían. Gritó el nombre de la elfa en la oscuridad.

-¡KATHERINE!-exclamó al acercarse las manos a la boca.

Frené bruscamente. El grito de Ooroboros me había alertado, y deshice mis pasos, me coloqué las manos en la cintura, puesta en jarras, molesta por la interrupción. Estaba algo molesta pero, entonces, detuve mi avance.

-¡Mi anillo!- me alegré, lanzándome al suelo a por él. Pero la dichosa joya se escurrió entre mis dedos. Jadeé molesta -Debes estar de broma...- mi frustración creció cuando vi que el anillo seguía saltando alegremente a cada vez que conseguía alcanzarlo.

-¡Ooooooh, VAMOS!- rugí, furiosa, pataleando de impotencia. No podía ser verdad...

Alargué la mano y agarré la joya con fuerza.

-¡AHÁ! Seguid tirando del hilillo ahora

Ooroboros observó con atención como Kath se entretenía con el anillo saltarín a la vez que no acababa de entender como podía ser engañada por ese simple truco.

Se cansó de ver aquella escena y decidió cortar el hilo con sus propias manos. Se adelantó a la elfa e hizo un golpe seco en el aire.

-Ahora que ya tienes lo que quieres, ¿porqué no nos vamos de aquí? esto empieza a ser siniestro, y la verdad es que ya no tengo interés en encontrar a quien se suponga que debo encontrar.

Miró atrás y añadió:

-Aunque por otra parte... -dejó la frase a medias, aunque la terminó dentro de su cabeza, allí en algún recobeco entre su cerebro y su cráneo.

..me gustaría saber que pasaría con Ilse, si volviera a estar con ella a solas.

-...No es una buena idea, Ooroboros- lo miré con fiereza. Mi vista luego se dirigió a la joya y sonreí.

-Ya tendrás más ocasiones, con mujeres más adecuadas y que te tratarán mejor- recoloqué mi armadura en su emplazamiento original, el anillo en mi dedo y me sacudí el polvo de las ropas.

-Si aún te queda algo pendiente, hagámoslo ahora y larguémonos de este horrible lugar para no volver nunca más. Tu decides.

Me crucé de brazos, tras una de las paredes, intentando ocultar mi presencia a posibles perseguidores.

La regañina de Katherine le dejó sin esperanzas, y su líbido bajó al sótano. Recapacitó sobre el hecho de volver y decidió que no era la única mujer que podría estar con él, tal y como acababa de anotar la elfa.

-Creo que será mejor salir de este sitio antes de que podamos volvernos locos o nos vuelvan a drogar. Aunque, por otra parte, creo que están en deuda con nosotros, robamos lo que nos parezca valioso y luego volamos como gaviotas.

Agarró a Katherine del brazo y la arrastró consigo, corriendo como un desesperado por un pasillo que no sabía que existía. Llegaron a una sala cuadrada con las paredes rojas y en el techo una puerta de madera que parecía indicar una salida.

Miró a su compañera e hizo un gesto con la muñeca, indicando que deseaba saber qué era lo que había tras la compuerta.