-¡Me encantan estos planes!-vocifée, hasta los huevos de tener que arrastrarme como una vil alimaña por el suelo. Empezaba a echar de menos las duchas.
La araña de las narices se nos tiró encima, tal y como yo había dicho, ¡que cojonudamente perfecto! Apreté los dientes y seguí revolcándome por el suelo, rodando para que no me aplastará con una de sus asquerosas patas peludas. Eso hizo que Kath y yo nos separarmos, y ya no digamos del tal Oroo, que no sabía ni dónde coño estaba. Supuse, respirándo trabajosamente entre las estanterias, agazapado, que cerca del cofre de oro. Que chollada, apaleado y sin un puto duro, como en los viejos tiempos. Retiré la cabeza entre los libros, y ví como la araña tenía cruzada a Kath entre ceja peluda y ceja peluda, cerca de las puertas derruidas, cerca de la puerta de salida.
¡Corre! ¡Largate joder!
Y ví a Oroo, correr como un poseso hacía la puerta...Y la araña gigante. Me caguen en su pu... mascullé, resoplando como un caballo moribundo. Pensé en dejarle ir hasta allí, girar a la vuelta de las estanterias y dejar que la araña se lo tragase, así a lo mejor, podría sacar a Kath de allí. Pero no fue exactamente eso lo que hice.
La ví, encima de Oroo, cerca de la otra araña, cerca de Kath...Las hijas de puta se organizaban rápido. ¿Pero cómo? Me la soplaba. Agarré el cofre, lo cerré de un patadón y lo levanté. Pesaba menos de lo que parecía, increiblemente menos. Parecía que las joyas engarzadas fuesen falsas. Cojí aire, no estaban lejos, a penas unos metros cuando alcanzé fuerza con la carrera y lo lanzé hacía la segunda araña. El ostión fue brutal, el bicho cayó sobre su hermano de patas, provocando un estruendo brutalisimo.
Me bastó. Oroo se frenó en seco, y me horrorizé pensando que lo habían chafado, pero sonreí algo aliviado al ver como sacaba su escualida cabezita entre las estanterias caidas. Suerte que vale para limpiar mangeras por dentro...
Pero no ví a Kath, la nuve de polvo era tal que ni siquiera consegía distinguir al revivido Oroo. Me asusté, como no lo había estado en años, pero las piernas no me sostubieron más, dejándome tirado como un jodido perro, en medio de la maldita sala. Maldije mis años, me temblaban hasta las pestañas y algunas lagrimas se escaparon de su sitio, de pura impoténcia.
Pero seguí mirando, desesperado por una señal, algo.